martes, 8 de abril de 2014

La soledad de recordar.

Nadie dijo que fuera fácil. Lo hayamos elegido o no (si es que lo hemos elegido, siempre ha sido “a medias”), recordar vidas pasadas no es solo un camino lleno de obstáculos, es también un camino tremendamente solitario. Aun cuando sé que no estoy sola (por fortuna), hay veces que no importa a quiénes tienes cerca, sientes que nadie puede entenderte, que nadie va a tener las palabras adecuadas, que por mucho que te quieran ayudar, eres tú el que tiene que resolver lo que sea eso que te está carcomiendo por dentro.

Una de las principales razones es que todas nuestras vidas y todas nuestras experiencias son distintas. Aun cuando compartamos con alguien una vida de soldado en el mismo bando, o hayamos ejercido la misma profesión en la misma época, o hayamos estado en prisión, o hayamos cometido los mismos errores... ninguna persona es igual a otra, nuestras necesidades son distintas, nuestras formas de ver las cosas también. Aún así, el apoyo que puedes encontrar en otras personas es de valor incalculable. Aun cuando sus experiencias sean distintas, solo los que recuerdan vidas pasadas y llevan una vida haciendo frente a todo tipo de recuerdos y sentimientos, pueden empezar a comprenderte.

Por desgracia estas personas se cuentan con los dedos de una mano, especialmente en el mundo hispanohablante. Estoy segura de que hay muchas más personas que recuerdan vidas pasadas de lo que parece, pero muy pocas se atreven a hablar, y las que lo hacen son ampliamente ignoradas o no son tomadas en serio porque creer en la reencarnación es aún cosa de locos... Total, ¿qué le iban a decir a alguien que decide contar que recuerda haber muerto en un campo de concentración? ¿O a alguien que aún tiembla de puro miedo si oye algo que se parezca mínimamente a las sirenas antiaéreas de la Segunda Guerra Mundial... porque estuvo allí? ¿Cómo le puedes explicar a alguien que no es cuestión de aceptar lo que pasó y olvidar porque todo ello pertenece al pasado? Solo los que recuerdan vidas pasadas pueden entender a lo que nos referimos los reencarnacionistas cuando hablamos de “past life mood” o tenemos reacciones emocionales imprevisibles ante ciertas escenas que vemos en una película o cuando visitamos lugares en los que estuvimos hace cien o doscientos años.


Y mientras el mundo ignora la realidad de la reencarnación, hay personas como yo que luchamos cada día con integrar ciertos recuerdos y emociones que se mezclan inevitablemente con tus circunstancias actuales, porque una de las características de esos recuerdos, según muchos de nosotros hemos observado, es que se desencadenan o se reactivan cuando esas circunstancias son parecidas a lo que vivimos con anterioridad. No se trata de situaciones repetitivas o de simples “lecciones a aprender”. Se trata de enfrentarte a las mismas emociones y hacer lo que creemos más conveniente en función de esas otras experiencias que vivimos en el pasado. Una tarea nada fácil, por cierto.

Recordar vidas pasadas es como una montaña rusa. Unos días estás abajo y otros días estás arriba. Un día pareces comprenderlo y tenerlo bajo control, al día siguiente todo se desborda y aparecen nuevos matices que no estaban antes, o empiezas a sentir algo que no sentías antes. Todo ello mientras tratas de llevar una vida “normal” y te inventas excusas para que tu compañera de trabajo no piense que se te ha ido la cabeza. En muchos casos, ni siquiera tu pareja te entiende, y aunque sientas la suficiente confianza como para contarle algunos de esos recuerdos, sabes que no lo va a comprender como un verdadero reencarnacionista.

Recordar vidas pasadas es como vivir varias vidas a la vez. A veces se entremezclan unas con otras, puedes cerrar los ojos y estar allí de nuevo, en un mundo que ya no existe, con personas que querías o que odiabas... en realidad no importa si las querías o no, porque están todas muertas. Y los que han vuelto, en muchos casos no parecen los mismos. El tiempo, por mucho que sea una ilusión, lo cambia todo, empezando por tu antiguo hogar, aquella humilde casa en la que tenías mucho menos que ahora pero en la que eras feliz. O al menos lo fuiste por un tiempo. Te sientes fuera de lugar, te sientes solo, incomprendido, te dicen que vives en el pasado, como si eso importara... porque vivir en el presente no es mucho mejor, cuando no tienes nada por lo que luchar, nada por lo que morirías, nada que hacer porque las puertas parecen cerrarse incluso para los que más han luchado en sus vidas actuales. Pero esto tampoco importa, porque los reencarnacionistas sabemos que la vida no es justa, la vida simplemente es, y como tal hay que vivirla, aunque deseemos estar en otro lugar y en otro tiempo...


En realidad todo se reduce a sentimientos. Sentimientos que van con nosotros a todas partes y que no te puedes quitar de encima, y de los que no puedes hablar a nadie o solo a personas muy determinadas... y aún así, como decía al principio, nunca te van a comprender del todo. Porque, en el fondo, estamos solos, igual que en la muerte. Porque nuestro es el camino, y es un camino que solo podemos recorrer nosotros. Solo nosotros podemos entender lo que ciertas heridas suponen en nuestra alma, lo que significa estar encerrado en una prisión y saber que poco a poco se acerca el final, o qué se siente cuando has visto a tus compañeros caer en una batalla sangrienta... Solo si lo vives sabes qué ocurre cuando tu propio padre te traiciona y abusa de ti. Una condena a muerte (justa o injusta); morir quemado en una hoguera por tus creencias; ser esclavizado y sentirte como un objeto; liderar un ejército de diez mil hombres y ser conocido por tus proezas... y ser recordado aún hoy por lo que hiciste (irónicamente, porque tú sabes quién fuiste pero eso tampoco lo puedes decir), cuando ahora eres un Don Nadie y solo provocarás risas si lo mencionas, incluyendo por supuesto importantes pruebas que así lo demuestran (para ti al menos)...

Sea como sea no puedes escapar a las sombras y a las angustiosas noches en las que el peso de tus recuerdos parecen hundirte en el colchón, apretando sus dedos alrededor de tu garganta, impidiéndote gritar, impidiéndote contar al mundo el porqué de esos sentimientos, el origen de lo que para ti es igual de real que la vida misma, pero que para los demás son, como mucho, simples fantasías que juguetean en tu cabeza. Si solo ellos supieran... Si solo se atrevieran a abrir un poco la puerta y echaran un rápido vistazo a lo que sus propios corazones encierran...

Acabas creyendo que a nadie le importa. Y probablemente es así, porque de momento los que creemos en la reencarnación y recordamos vidas pasadas (las dos cosas a la vez) somos pocos y parece que vivimos en una realidad paralela, como ya he mencionado en otras ocasiones. Y lo más triste es que no podemos hacer mucho por cambiarlo, excepto no estar callados, con la esperanza de que aquellos que lo necesiten encuentren un buen guía en el que encontrar apoyo, tal y como me sucedió a mí hace ya más de dos años.

Temo que una gran mayoría se esté perdiendo en el Océano de la Ignorancia. O que hayan encallado en la Isla de los Piratas de la Nueva Era, que es aún peor... Es fácil perderse, o ir a la deriva, sin pisar nunca tierra firme, en este mundillo de la reencarnación... o incluso naufragar. Muy pocos están preparados para coger el timón y hacer frente a la tormenta. 

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